Fernando Mires - ¿CULTURA CONTRA POLÍTICA?




Las culturas son formas colectivas de ser en el tiempo y en el espacio. En el tiempo porque no hay cultura sin su historia. En el espacio, porque, aún emigrando, sus portadores llevan consigo los signos (costumbres, códigos, idiomas, vestimentas, comidas y sobre todo, religiones) de las zonas de donde vienen.
En los tiempos post-modernos, llamados también de la globalización, la gran mayoría de los ordenes sociales son multiculturales. La sociedad multicultural ya no es una posibilidad, ni una utopía, ni una distopía, es simplemente una realidad, nos guste o no. La sociedad multicultural es, por lo mismo, multireligiosa. Solo hay una excepción: la llamada cultura occidental la que, aún impregnada por el judaísmo y el cristianismo, se define en primera línea como cultura política.
¿Cultura política? Exactamente. El sello del Occidente es su secularización, no la eliminación de lo sacro, sino su aceptación dentro de un marco constitucional destinado a regir por sobre las diferencias, sean estas sociales, culturales, religiosas o políticas.
En tal sentido el problema de la cohabitación intercultural no se presenta en la realidad occidental como un choque de culturas, sino entre diferentes culturas con respecto a un orden político que define su cultura en virtud de la aceptación de las diferencias. Ese es el gran invento y a la vez la gran paradoja del Occidente político. Para los ciudadanos occidentales, un bien entendido. Para no pocos miembros de culturas religiosas, un hecho difícil de soportar. Incluso, una afrenta.
Quien fuera uno de los teólogos más admirados del Islam, el egipcio Sayyid Qutb, caracterizaba a la separación entre el mundo religioso y el político como una “horrible escisión”, una herida abierta hundida en las almas de los fieles islámicos. Así, Qutb, definió ya en los años cincuenta del pasado siglo, el programa del islamismo militante de nuestro tiempo.
La tarea de cada musulmán no puede ser otra -afirmaba Qutb en su obra máxima escrita en prisión (Bajo la Sombra del Corán) - sin suturar la herida, primero en el alma de cada creyente y después entre los habitantes de otras regiones.
El cristianismo, heredero al fin de la cultura greco-romana, la del Logos de San Juan, terminaría por aceptar, después de odiosas guerras, a esa “horrible escisión” ya contenida en el “dar al César lo que es del César” de Jesús, el Cristo.
La coexistencia entre religiones y/o culturas en el marco de un orden civil ha dejado de ser un problema para la cristiandad y el judaísmo. Al contrario: esa coexistencia incluyendo en ella a los ateos y agnósticos es, o ha llegado a ser, una marca del Occidente político. Pero –ahí yace el problema- esa no es la cultura de gran parte de los fieles del Islam. Para ellos, la separación entre el orden de Dios y el político es, y seguirá siendo, una “horrible escisión”.
Entre el Islam y Occidente no existe confrontación religiosa o cultural. Los miembros de la comunidad islámica –así lo ordena el Corán- deben ser respetuosos con otras religiones. Por supuesto, ellos consideran que su religión es superior, pero ¿no es ese un atributo propio a los miembros de todas las religiones?
Todos los creyentes practican un culto narcisista. Todos creen que su Dios es el verdadero o por lo menos, que la interpretación de Dios es la más justa y exacta. Un quantum de intolerancia es común a toda práctica religiosa. Pero eso no impide que entre los sectores más cultos de una y otra religión aparezcan, además de diferencias, afinidades. 
Más difícil es la relación de las religiones con ateos y agnósticos. Sobre todo con los segundos. Pues los ateos niegan con fe la existencia de Dios: es su creencia. No así los agnósticos. Los agnósticos, al introducir la duda, son enemigos declarados de los fundamentalistas. Recordemos que Kant fue suspendido durante un tiempo de su profesuría solo por haber escrito: “Dios es, para la filosofía, una hipótesis”. No obstante, Kant, a pesar de la presión ejercida, nunca se sometió al primado de la religión. Siempre siguió pensando que, por sobre las leyes religiosas debe existir una ley civil. La idea del Occidente Político es profundamente kantiana. Qutb es en ese sentido el anti-Kant. La suya es una doctrina de sumisión –y no de diálogo- del ser ante Dios.
A propósito de sumisión: con inteligencia narrativa, la novela de política-ficción escrita por Michel Houellebecq titulada precisamente “Sumisión” explica las razones por las cuales los “libres pensadores” son vistos por el Islam, aún en sus versiones moderadas, como agentes disolventes a los cuales hay que aislar. Por el contrario, los cristianos, sobre todo los católicos, son considerados como potenciales aliados en la empresa común orientada a re-espiritualizar el mundo, cuando “la horrible escisión” sea cerrada.
Houellebecq dio en el clavo. Su “herejía” fue haber proclamado que no existe ningún choque de culturas (a la Hungtinton) La contradicción que separa al Islam de Occidente es política. Política, entre dos nociones de la política: una que supone que la ley religiosa debe ser hegemónica por sobre la constitucional y otra que supone lo mismo, pero a la inversa.
En “Sumisión”  –quizás su punto más interesante- los islamistas no llegan al poder mediante la violencia, sino respetando las normas de la política. No obstante, su objetivo es imponer su cultura, o lo que es igual, su religión, en un marco ideológico y religioso plural. En otras palabras, la tesis de Houellebecq – si es que se puede hablar de tesis en una novela- es que, si se dan las condiciones, el Islam podría convertirse en una cultura que, sin suprimir o prohibir a las demás, incluyendo a la occidental, sea una especie de cultura hegemónica, o si se prefiere, orientadora. Una Leitkultur (cultura directriz) como se dice en Alemania.
En efecto, las diferentes culturas no son compartimentos estancos. Entre ellas no solo existen influencias sino, además, una fuerte competencia, y ella se expresa en todos los ámbitos de la vida. Esa competencia, es, antes que nada, una lucha por la hegemonía y puede asumir formas políticas. Visto así, el dilema occidental es el siguiente: o politizamos la lucha cultural o culturizamos la lucha política. En “Sumisión” el dilema se resuelve a favor de la segunda alternativa,
La culturización de la política por medio de la religión no es por cierto una propiedad del Islam. Pues como respuesta al proyecto político del Islam, ha surgido en Europa su contrapartida: la culturización de la política mediante la re-cristianización. La iglesia ortodoxa, Putin, y el cristianismo eslavo son partes del mismo discurso. El integrismo húngaro y el catolicismo medieval polaco, son respuestas anti-modernas al desafío islámico. El Frente Nacional –así lo vio Houellebecq- levanta los valores clásicos del catolicismo decimonónico: patria, orden, familia, y a la vez, la más rabiosa islamofobia.
Por los dos lados, desde el mundo islámico y desde el Occidente no secular, ha comenzado la revuelta en contra de la democracia política. ¿Quiénes podrán frenarla? Los socialistas y el vacío que deja su ruina son más bien parte del problema. Los liberales, miran para otro lado. Y los conservadores, como suele ocurrir, se dejan seducir por cantos de sirenas nacional-populistas.
Lo cierto es que los demócratas, si quieren salvar al menos un resto de lo que Europa prometía, deben cerrar filas en torno a la Constitución de sus naciones, no solo por sus leyes, sino por el lugar simbólico que ocupa: Un poder situado sobre toda creencia, un pacto que sella la relación de los ciudadanos, no con Dios, sino con el Estado de todos.

A fines del siglo pasado Dolf Sternberg escribió un libro titulado, “Patriotismo Constitucional” (Verfassungspatriotismus) Jürgen Habermas lo citó  y con ello popularizó a Sternberg. Quizás Sternberg, como suele suceder, escribió para otro tiempo: hoy. Pues la idea de que una nación no se sujeta en libros sagrados sino en un cuerpo legal aprobado por ciudadanos, puede que sea la última barricada de la democracia política.